Un momento electoral acelerado y sin confluencia
El momento político inmediato parece definido por lo electoral. Elecciones generales primero, autonómicas, municipales y europeas después, en un plazo de apenas tres meses. El fin de un ciclo, abierto en 2014 con la irrupción de Podemos en las elecciones europeas, y la apertura de otro, aún incierto, con hipótesis nuevas. El ciclo electoral acelera, polariza y segmenta las posiciones políticas, construye identidades fuertes que compiten entre sí con la intención de conseguir el mayor éxito electoral posible. La complejidad parece evaporarse. Las cosas no son, sin embargo, más sencillas que antes.
En los espacios de cambio madrileños tenemos que identificar un primer elemento de cierre. La hipótesis de la confluencia ya no es operativa y podemos considerar que está sin fuerzas, si bien para recuperarlas parece necesitar de un profundo letargo. Podemos discutir sobre la fecha concreta de su trance, pero hoy por hoy podemos afirmar sin duda que el experimento político que construyó Ahora Madrid y consiguió la alcaldía de la ciudad en 2015 no tendrá continuidad por el momento. Nos referimos fundamentalmente a dos aspectos: una serie de mecanismos para construir un programa común y una candidatura electoral y la apertura de un espacio político municipalista único y singular en la ciudad de Madrid, un espacio de cooperación de protagonismo ciudadano, con una enorme diversidad trabajando en un objetivo común.
Como respuesta al estancamiento de esa hipótesis política colectiva, nos encontramos una explosión de iniciativas que se recomponen y reconfiguran, todas ellas con distintos elementos, formas y maneras del ciclo anterior, pero a partir de posiciones propias en términos de identidad y propuesta, formas propias y diferenciación del resto. Nuevas propuestas de organización interna, programa, nombres, etc en un campo político común. El proceso es frágil, está en construcción y se somete ya a los rigores del tiempo electoral acelerado.
Un momento marcado por el auge de las tres derechas
Las pasadas elecciones andaluzas señalaron dos elementos fundamentales de la actual coyuntura política. Uno de ellos es la irrupción de VOX como fuerza política con representación y con capacidad de condicionar gobiernos. Siendo clave este elemento de aparición de la fuerza política de extrema derecha, la llave está en la construcción de un frente común de las tres derechas en términos de competencia electoral primero y cooperación funcional después. Una derecha que comparte diagnóstico, retórica y medidas, que se expresa y reconfigura su campo semántico, como fuerza de reacción. La composición de este bloque rompe con la idea fundamental de que la derecha debía mantenerse unida para poder vencer. Al contrario, la multiplicación de fuerzas competitivas resulta más provechosa que la suma de sus partes.
Esta tríada define también un momento político más amplio, de auge internacional de la extrema derecha y de fundación de dinámicas de populismo reaccionario. Una auténtica contrarrevolución a los impulsos políticos del ciclo abierto por el 15M y, sobre todo, hoy por hoy, del poder político del feminismo como fuerza transformadora. La construcción de este bloque viene marcada por una lógica de impugnación autoritaria a algunos de los principios que movilizaron a la ciudadanía a las plazas: conquista de derechos colectivos, inclusividad, más democracia y poder de elección, mayorías sociales contra minorías, cooperación contra mando, diversidad vs autoritarismo, homogeneidad vs mestizaje, etc. Una amenaza democrática en toda regla que supone también un intento de estrechar el campo político y de recomponer conceptos políticos que estaban en crisis: la dupla izquierda-derecha, la pérdida de la idea de centralidad de las políticas y visiones del mundo contra la lógica del centro como el espacio “entre” la izquierda y la derecha y, sin duda, la aparición del concepto de “voto útil” como vieja/nueva categoría. El bloque reaccionario es también una máquina de producción de pánico y de negación de nuestra propia fuerza social colectiva, con el posible repliegue a soluciones de orden anterior que creíamos ya superadas.
El problema de la desafección política
Las elecciones andaluzas no fueron sólo determinantes por la puesta de largo de la tríada de derechas, sino también por una enorme desafección política, que se expresó a traves de un aumento enorme de la abstención. En datos, debemos recordar que PP, Cs y VOX sólo tuvo 10.000 votos más que en las elecciones anteriores. No es algo muy significativo en términos globables, pero, unido a la desafección, ha facilitado el gobierno de derechas con apoyo de la extrema derecha, algo inusual en el entorno político europeo. La desafección ciudadana es poliédrica. No se puede explicar sólo desde un lugar y puede ser también presuroso hablar de ella como fenómeno general, pero parece un elemento clave, transversal y profundo. En primer lugar cabalga sobre la enorme cantidad de ilusión colectiva colocada en el ciclo electoral previo y los límites transformadores de las instituciones municipales. También sobre la descomposición de los campos de cooperación entre diferentes fuerzas políticas de cambio y sobre la dificultad de llegar a acuerdos políticos. No es menor la idea constante de repetición en los medios de la incapacidad de los distintos grupos políticos para ponerse de acuerdo y también de la enorme distancia que sigue existiendo entre las escalas de necesidad de la ciudadanía y las que prioriza la autonomía de lo político. Además, el desplazamiento de atención de las plazas a los hemiciclos favorece este proceso de desafección. Toda política que no hacemos con nuestras manos es una política que se está haciendo en otra parte. No podemos olvidar que los momentos de mayor y más potente alivio social y construcción de potencia colectiva están siendo movilizaciones como las de las pensiones y el ciclo feminista. Se puede apostar por las instituciones desde otra mirada que no sea la de la omnipotencia institucional (absolutamente falsa) y reconocer los límites propios para establecer espacios de cooperación y apertura. Escucha mutua y alianzas improbables en un contexto social que está ya aburrido de retóricas de cambio.
En este contexto se impone la participación como el mejor antídoto contra la liga de derechas, pero se sitúa como obligación moral que viene de arriba y se impone por abajo. El entusiasmo nunca es una obligación, tenemos que ser capaces de construir afectos políticos, deseos colectivos conjuntos, algo que se construye con más dificultad en un escenario no confluyente y de competencia interna, pero precisamente el desafío es ese hoy. Cooperar en la diferencia, reconocer la complejidad del momento político y defender la autonomía de los distintos proyectos sin que eso reduzca las posibilidades colectivas, sino que las amplíe.
La crisis de la socialdemocracia
Las elecciones nos enfrentan a una situación paradójica. Mientras el PSOE de Pedro Sánchez aparece como posible ganador en las encuestas, afronta una crisis de identidad profunda que se podría resumir en que los elementos que han configurado sus mecanismos de liderazgo y su fuerza política son elementos absolutamente exteriores al partido: movilizaciones de la sociedad y fuerzas políticas del cambio que han propuesto, o efectuado en el caso de las ciudades, cambios hacia unos
mínimos de justicia social, que configuran el “programa pendiente”. Por otro lado, ha sido incapaz de avanzar en dicho modelo por una imposibilidad de tener iniciativa propia, consensos internos lo suficientemente fuertes o simplemente un imaginario a la altura de los tiempos. Lo que nos ofrece hoy la socialdemocracia –en declive en toda Europa– es un intento, construido a través de las elecciones, de recuperar una fuerza electoral perdida a costa del miedo a otros, sin atender a los miedos menos visibilizados, pero de mucha mayor urgencia y calado: cambio climático, crisis económica europea, modificación profundísima del sistema productivo, crisis del empleo, crisis y cuestionamiento de la forma-estado desde los territorios. Aquí lo decimos claro: solo desde las distintas fuerzas del cambio se avanza hacia un nuevo pacto social que mire a las mayoría sociales del país. Y solo desde una nueva noción del territorio –que desde nuestro punto de vista pasa por intensificar mucho el poder municipal– que desarrolle de manera efectiva la financiación y competencias de los autoridades locales se puede salir del atolladero territorial, encerrado en diversas falsas dicusiones y con una derecha en clave centralizadora. Necesitamos más descentralización, más poder local, nuevos estatutos de autonomía que dibujen una nueva geografía política. Todo eso no se puede abordar sin un aliento que hoy late fuera del PSOE. Se puede ser la primera fuerza política del país y no poder hacer absolutamente nada con ello. Por falta de mayorías y complicidades o por falta de iniciativa y de proyecto.
El espectáculo de la crispación
De un escenario de nuevo pacto social –aquella “segunda transición” que tanto se evocó a principio de esta década–, hemos pasado a un escenario de dominación de la política del enemigo. Esto es, también, el alimento de una lógica mediática basada en una economía de la atención que está saturada y acelerada, que busca la confrontación y produce un ecosistema perverso de exacervación de las diferencias. Para existir políticamente es necesario expresarse mucho, para expresarse mucho y ser escuchado es necesario gritar más fuerte y, a poder ser, contra alguien. Durante este último ciclo, los conflictos, habituales en cualquier organización, han estado sometidos a una política comunicativa del espectáculo. La falta de estructuras propias bien fundadas y el ecosistema político existente han sido el caldo de cultivo ideal para ese escenario en modo de show mediático continuo. Esto ha sido un factor que ha determinado la manera de relacionarse de los diversos actores políticos entre sí, internamente y hacia afuera, un espectro compuesto por fuerzas ciudadanas, partidos de izquierda tradicionales y posiciones de tipo socialdemócrata.
Debemos construir estructuras que permitan no volcar fuera la frustración de la tiranía por la falta de las mismas, pero también romper con una política del exhibicionismo de las corrientes, del narcisismo de la pequeña diferencia y del posicionamiento constante en un mercado de la atención ávido de variedad. Hay diferencias lo suficientemente serias de imaginario político, de forma de construcción, de apuesta por los sujetos a los que interpelar y cómo hacerlo, como para que no sea necesario caer en una dinámica que, creemos, nos empequeñece. Es posible que la confluencia no haya sido, por el momento, la herramienta para construir espacios de diversidad y sea el momento de probar con una multiplicidad de sujetos. Pero dicha multiplicidad tiene poco recorrido si se construye contra el resto. En un contexto de desafección es díficil movilizar contra los demás. Es, sencillamente, contraproducente.
Creemos que la lectura de la realidad en clave de hegemonía, del dominio de los espacios por parte de “unos que desplazan al resto” ha resultado nociva a medio plazo. Complejidad e interdependencia, creemos, son los elementos que nutren la salida del momento político actual y la proyección a futuro. Necesitamos de una variedad de herramientas a todos los niveles, sólo con ellas podremos salir de las trampas de un momento en el que se construye que las soluciones pasan por una suerte de regreso a la escasez de la política, a la uniformidad. En definitiva, no se trata de convencer a todo el mundo de una hipótesis concreta, sino de identificar los objetivos comunes, aceptar la fragmentación y convertirla en una suma virtuosa de actores políticos que hablan también a sectores de población diferenciados y, muy importante, construyen con ellos.
¿Qué no necesitamos?
Ruido. Sin excusas. Se abre un ciclo político donde la crispación, el miedo, la negación y otras coordenadas, llamémoslas poco apetecibles, son propulsadas por la derecha como el campo de juego. Salir de ese campo de juego es útil. Generar otras formas de mirar a la cuestión compleja que tenemos delante es necesario. No diluirnos en la tiranía de ese magma del enfrentamiento porque sí es obligatorio.
Si algo hemos demostrado muchas veces es ser capaces de amoldarnos y cambiar a los retos que se nos han ido poniendo por delante. Ser resilientes al fin y al cabo. En ese camino resiliente necesitamos respetar a lo social y no enfrentarnos a él. Reconocer que los movimientos sociales muchas veces marcan el camino y conquistan una agenda que luego las instituciones (las que tienen esa voluntad) recogen para poner el salto cualitativo necesario que haga cosas realidad. No tendríamos leyes tan avanzadas ni un marco de discusión sobre las violencias machistas como el que tenemos sin el movimiento feminista. No estaríamos hablando de la burbuja del alquiler y proponiendo cuestiones desde las administraciones locales sin los sindicatos de inquilinas o la PAH. No se estaría recuperando patrimonio de todas si los movimientos sociales no nos hubieran señalado con el dedo aquellos expolios de tiempos pasados de relaxing cups de café con leche.
Tampoco necesitamos simplificar. Ni toda la abstención son los movimientos sociales, ni las organizaciones madrileñas (que recordemos están en una ciudad hipertejida a la que le ha atravesado un 15M) son infantiles, ni existen falsas dicotomías que reduzcan la acción política al absurdo del “sí contigo y no contigo”, ni, probablemente, el capitalismo vaya a caer mañana.
Necesitamos atravesar el camino que queda, y el nuevo que se abre, hace mandatorio ver el camino como un proceso, deshacernos de tics onmipotentes y pensar que toda la acción política sucede dentro o fuera y nunca en ambos sitios a la vez. Y mirar hacia los lados y ver que a) no estamos solas y b) que esa gente no va a desaparecer.
Para bien y para mal tenemos que ser capaces, como forma de estar, como política pública incluso, de reconocer sujetos, de hacer ver un ecosistema múltiple, de recordar que también existe una ciudadanía organizada que no son los movimientos sociales, pero que es capaz de desrepresentarse si el momento lo requiere, al tiempo que permanece latente preocupada, por supuesto, en la reproducción de sus propias vidas. Otra de las enseñanzas que dejó el 15M es que si te arrinconas en una sola forma de estar organizada es mucho más fácil que se desactive. Y que, como en el ciclismo, a veces lideran unos y a veces lideran otras, pero que en ese pelotón estamos todas, queramos o no. Y esta etapa, y esta vuelta, solo la ganamos si sabemos mirar detrás a quien nos sostiene cuando vamos delante, y pedaleamos lo más fuerte posible cuando otras tiran del grupo.
¿Qué necesitamos para el nuevo ciclo que se abre?
En 2015 en Madrid se dio un nivel de participación del 68,90%. Hay que tener en cuenta que un peso importante de abstención tradicional votó a Ahora Madrid y que en el lado derecho se dio una abstención provocada por el desencanto de las grandes tramas corruptas del PP, pero todavía sin confianza como para votar a Ciudadanos, sin conocer a su candidata ni su proyecto. Estamos hablando de una diferencia mínima de votos para lograr la investidura (18.366 en concreto). El umbral para entrar en el Pleno del Ayuntamiento se situó en 2015 en 81.000 votos. Haciendo un espejo con Andalucía, y teniendo las elecciones generales tan cerca –que sitúan los debates en clave estatal, ahora en el conflicto identitario España unida vs España de múltiples identidades–, la importancia de estas cifras tan ajustadas no es menor. Y de nuevo, como ya hemos explicado, el miedo que se mueve en los períodos electorales: que baje la participación del lado de las candidaturas ciudadanas y el PSOE y suba por el lado del “trifachito”. Que ese votante de derechas desencantado con el PP encuentre su hueco en alguna de las otras dos propuestas, sea la naranja liberal o la verde franquista. En este escenario hay dos tácticas posibles: configurar una alianza virtuosa que contribuya a frenar la desafección de izquierdas y que potencie el apoyo a las candidaturas ciudadanas, sin restar votos al PSOE; o bien robar o frenar la subida de votos de Ciudadanos, una vez su posicionamiento a la derecha e impulsado por Vox es ya más claro que en 2015. Se pueden dar las dos, una u otra o las dos a la vez, pero en todo caso hay que sumar.
Necesitamos incorporar esta complejidad y traducirla en generosidad. Es una generosidad similar a la que se plasmó en la construcción de la confluencia en 2015 en muchas ciudades, pero asumiendo la diversidad y su potencia. Necesitamos también multiplicar los afectos políticos para propiciar un contexto de construcción de una suma virtuosa, identificando los objetivos comunes y componiendo las alianzas necesarias que se darán, en cualquier caso, en el ámbito institucional postelectoral. Se trata de encontrar las formas de cooperar en la diversidad de cada espacio, en los términos que sean más útiles y productivos.
Por ese motivo, desde M129 nos comprometemos a colaborar –en los términos que los distintos espacios y agentes municipalistas decidan, con las fuerzas y planteamientos de cada uno de ellos–, reconociendo y haciendo análisis del ciclo que hemos compartido, con sus luces y sus sombras, para afrontar el ciclo electoral. Esta autocrítica se ha de dar no como una cuestión moral o voto de culpabilidad, sino como proceso para comprender los errores y solucionarlos y también para encontrar las potencias, que las hay y muchas, y amplificarlas. Algunas de las cuestiones que vemos quizás a remarcar serían:
1) En tanto que la propuesta o consenso de máximos del que se dotó Ahora Madrid ha fracasado, también lo hizo al mismo tiempo la relación con todo lo que ocurre en el campo de lo social. Con la escucha activa a movimientos sociales, organizaciones, vecinos y vecinas. Esto no significa que no se haya escuchado en términos absolutos. No, de hecho, se ha hecho a muchas escalas y más que nunca. Personas que ostentan cargos de representación han tenido mil y una reuniones cada día, cada tarde, con cada colectivo que así lo quisiera; también ha habido escucha en los propios espacios de Ahora Madrid. Pero nos ha faltado uno de los mayores aprendizajes que nos dejó el 15M: que los consensos no se decretan, se construyen. Y esa construcción pasa primero por operativizar formas de escucha y devolución que respondan a un objetivo concreto, que formen parte de una estrategia política, de una mirada concreta sobre la ciudad y se asienten sobre la certeza de que no hay mayor potencia política que aquella que se crea a partir de estar juntos y juntas. De generar sentido común o sentido, al fin y al cabo. En el camino, hemos, todo el mundo, solidificado formas emancipadas de lo que pasa por abajo con toda la mejor de las voluntades y haciéndolo lo mejor posible, sin que eso signifique que si miramos el dibujo completo se estuviera haciendo bien.
2) Necesitamos complejizar. Al menos necesitamos complejizar hacia los adentros de ese ecosistema amplio de la política madrileña por la izquierda. Complejizar puede conlleva muchas cosas: frente al cataclismo, reconocer que estamos en una situación de proceso y en una lógica de conjuntos y que, si hacer política podemos definirlo como aquella acción que desplaza a tu adversario de su posición, eso llevará tiempo. Y ahí se cruza la ideología, o ese consenso de máximos que todas tenemos en la cabeza, de poner la vida en el centro y las condiciones materiales para su desarrollo en lo alto de la pirámide de la priorización política. Pero también la táctica: ¿qué clase de mecanismos nos permiten mantener abiertas las condiciones de posibilidad para poder seguir ejerciendo ese hacer que desplaza posiciones de otros a tu lugar y avanza en ese proceso? Y, sobre todo, ¿qué clase de tácticas (que no estrategias) nos permiten hacer eso sin dejar de ser radicalmente democráticos ni solidificar aquellas cuestiones que hemos venido a cambiar? Aquí tenemos un debate enorme, que quizá, y por encima de todo, requiere construir un mecanismo (o automatismo) de generosidad. De saber que quizás todo el mundo tiene un poco de razón, y de ser capaces de someternos, de manera honesta, a verdades que no casan con nuestra forma de ver las cosas. De escuchar, por encima de todo, a quienes están en desacuerdo con nuestras propias certezas. Será ese cruce y esa intersección la que, pensamos, nos lleve a construir ese sentido que incorporemos todo el mundo sin decretos y seamos capaces de declinar allá donde esté nuestra acción política cada día.
3) Necesitamos hacernos cargo de esa complejidad. No hay mucha vuelta que dar aquí. Solo vamos a avanzar en el sentido de dejar atrás pasos ya dados, algunos erróneos y otros acertados, si somos capaces de hacernos cargo de los límites y las potencias de cada cosa. De comprender que la institución no es un lugar totalizante que a todo llega y que todo soluciona. De comprender que la hipótesis del asalto institucional sigue vigente y genera victorias y condiciones materiales de vida positivas para la gente. Y de alegrarnos de esas victorias, al tiempo que enunciemos honestamente los límites de la institución o discrepamos sobre cuestiones fuertes, en lo simbólico y en lo material.
De entender que no hay un contigo o contra mí monolítico, sino cruces y alianzas que se concretan para unas cosas y para otras no. Que si algo nos enseñó el 15M es que cuando tenemos formas y mecanismos de cooperación en la diversidad hacia un objetivo común superior construido entre todas, es la verdadera potencia que nos permite camiar las cosas.
Apostamos por trabajar en ello, desde distintos lugares. Nos negamos a interiorizar este momento en clave dicotómica y de enfrentamiento. Queremos poner en valor la suma de elementos transversales que van a ser necesarios para producir cooperación política antes y después de las elecciones. Celebramos si con ello se consiguen mayores niveles de participación, la variedad y diversidad de candidaturas que, a través de su acción concreta, podrán probar sus distintas hipótesis.
La generosidad, la apertura, la complejidad y la cooperación nos parece que tienen mucha más potencia política que el lugar concreto dónde cada quien deposite su voto. Es mucho más fértil a medio plazo y nos saca de la aritmética política de la escasez. De esta forma podremos crear relaciones sólidas que den lugar espacios donde cuidar convenientemente de nuestra malherida hipótesis de confluencia, la del municipalismo con protagonismo ciudadano. Y, cuando esté sanada,
podremos emplearla nuevamente y desarrollarla, gracias a los afectos, mecanismos y herramientas de los que nosotras mismas nos dotemos.